Entrevista a Sayak Valencia, ensayista y poeta, autora de ‘Capitalismo gore’
“La disidencia sexual puede ser revolucionaria”
En su último ensayo, ‘Capitalismo gore’ (editorial melusina, barcelona, 2010), Sayak Valencia (Tijuana, México, 2010) se acerca a los límites del sistema: la muerte como industria, como medio de producción económica para satisfacer las demandas de hiperconsumo. Una película de terror de serie b, sangrienta y macabra, que tiene como escenario más conocido el México fronterizo y como protagonistas a sicarios, proletariados del narco, explotadores sexuales y asesinos.
En síntesis, ¿qué es el ‘capitalismo gore’?
‘Capitalismo gore’ es un término que acuño, basándome en las películas sangrientas de serie b, para denominar al capitalismo que se da en el espacio geopolítico de méxico -aunque no sólo se produce allí- y que es el capitalismo del narcotráfico, de la rentabilización de la muerte y de la construcción sexista del género.
Siguiendo con la metáfora, ¿esa película de ‘capitalismo gore’ se proyecta en México pero se escribe y dirige desde las élites del Primer Mundo?
Así es. Aunque se proyecte también en lugares del Primer mundo, lo cierto es que no se produce de una forma tan espectacularizada como en México, tan gore y bizarra, tan truculenta y explícita. Pero el ‘capitalismo gore’ incide en los cuerpos del Primer mundo a través de la precarización económica que lleva a una precarización existencial y corporal y produce enfermedades y otro tipo de violencia, quizás no tan explícita pero igual de devastadora que la de México.
En su ensayo habla de la muerte como industria, el necroempoderamiento, las necroprácticas.¿Eran las últimas barreras que le quedaban al capitalismo?
La violencia nos ha acompañado a lo largo de la historia, pero lo novedoso y distópico, entendiendo este término como indeseable, es la utilización de la muerte para el empoderamiento. En el México fronterizo, la gente no puede conseguir dinero para satisfacer las demandas de hiperconsumo bombardeadas desde los medios. Entonces se empoderan con la muerte, producen violencia y el cuerpo se vuelve una mercancía, tanto el de otras personas como el propio. Son el proletariado ‘gore’: sicarios, gente que se encarga del trabajo sucio de los cárteles de la droga, de su seguridad… son personas muy jóvenes. Se da el caso de uno que empezó con 11 años.
En ‘Capitalismo gore’ se refiere a ellos con un término muy literario: endriagos.
Es un nombre que extraje de un personaje de ‘amadis de Gaula’, la novela de caballería del siglo XVI, y que representa al mal, a la deformidad y la monstruosidad, frente a amadis que es el sujeto pertinente, blanco y sin fisuras. En la novela, ese personaje, endriago, es una supermetáfora de la colonización. Incluso el territorio en el que vive, desértico y peligroso, es muy parecido al México fronterizo. Los endriagos actuales no han sido descolonizados. De hecho, Latinoamérica no ha sido descolonizada. Seguimos siendo internamente xenófobos y racistas con nuestros propios indígenas o con el mestizo. Hay una continuidad en las lógicas coloniales.
¿El endriago es también una víctima?
No me gusta hablar de víctimas y verdugos, ese es el discurso que nos venden los medios de comunicación.
La realidad es más compleja. El endriago es un producto de las demandas del neoliberalismo feroz que se vuelve un cóctel explosivo cuando lo atraviesas con las demandas de género de la masculinidad hegemónica: desprecio a la vida de los demás, a tu propia vida, demostración de fuerza o valor a través de la violencia hacia las mujeres o hacia los otros. La figura del hombre proveedor se ha desestructurado pero continúa la demanda de tener dinero para ser válido, para estar a la altura de las circunstancias. Es un cóctel entre hiperindividualismo, hiperconsumismo, construcción machista del género masculino y tráfico de drogas.
Usted habla de resemantizar elcuerpo, devolverle su significado. ¿Cómo conseguirlo?
Partiendo de la empatía. Todos hemos sido lastimados o hemos sentido dolor y vulnerabilidad, no necesariamente un dolor físico. Hay que recurrir a ese espacio de dolor para saber cómo se siente el otro y por qué es importante la muerte de los demás.
A partir de esa idea de conservación del cuerpo podemos trabajar, ejercer nuestro derecho ciudadano a exigir a los gobiernos de nuestras pseudodemocracias y a los gobiernos fascistas que no utilicen nuestros impuestos para financiar las guerras o el cultivo de drogas. Se trata de que la responsabilidad ética e individual se vuelva colectiva. Que se diga: me gusta vivir, me gusta estar viva, y partir de la propia herida se haga comunidad con el otro.
Usted se define como transfeminista.
Desde mi adolescencia me considero feminista y llegó un momento en que sentía que el feminismo era un movimiento social que no sólo tenía que incluir a los cuerpos determinados biológicamente como mujeres. Las mujeres podemos ser comunistas, socialistas, izquierdistas… Pero cuando planteábamos que los hombres podían ser feministas nos decían que no, porque eran hombres y no mujeres. Lo que hace el transfeminismo es desarticular la idea de lo biológico como una condición necesaria para poder participar del feminismo. El transfeminismo incluye las identidades transgénero, pero también lo transfronterizo, los movimientos de disidencia sexual, los movimientos LGTB, el Queer…, todos estas corrientes que han seguido vivas a pesar de la represión y de tenerlo todo en contra.
¿Es el transfeminismo un arma de lucha contra el capitalismo?
Las personas que no somos heterosexuales o que nos desinscribimos de la heterosexualidad, más allá de nuestras prácticas sexuales, como una desobediencia a un sistema heteropensante que incluye el capitalismo y un montón de ‘ismos’ que se vinculan con lo más fascista, hemos tenido que sortear mucha violencia.
Aunque han asesinado a muchas personas, nunca la desobediencia sexual se ha convertido en desobediencia armada o violenta. Me interesa mucho desestigmatizar los movimientos de disidencia sexual y verlos como una posibilidad revolucionaria, algo que nunca se ha considerado. Pero es sólo una posibilidad, no una panacea.
¿Los movimientos tradicionales de izquierda tienen que reformularse para no fracasar, incluyendo perspectivas transfeministas?
No pienso en términos de fracaso o éxito porque es un lenguaje continuista con las lógicas del capital.
Todos los movimientos tienen que revisarse, ser autocríticos y hacer alianzas para no convertirse en espacios de dogma absoluto. El diálogo siempre nutre a los espacios. La izquierda tiene que expandirse hacia otros lugares también de izquierda y disidencia y hacer propuestas distintas. Propuestas no tanto innovadoras, sino más cercanas al contexto contemporáneo. Y lo que por supuesto le pido siempre a la izquierda es que se quite la homofobia y el machismo.
Son las antípodas de la izquierda. No puedes luchar contra una opresión y dejar a las demás intactas.
Texto: Alejandro Fierro